jueves, 7 de mayo de 2020

Los paseos y galerias peatonales de Santiago.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;

Cada día, la población flotante de la comuna de Santiago, es decir, quienes pasan por ella, alcanza los 3,5 millones de personas, mientras que quienes llegan y permanecen durante el día, son dos millones de personas, adicionales a los 311 mil habitantes que tiene la comuna. En su mayoría, los visitantes, se desplazan a pie, seguido por quienes lo hacen en transporte público, por esta razón se ha fomentado los paseos peatonales en el centro desde siglo XX, al presente.

Historia

Patricio Mekis asumió en junio de 1976 como alcalde de Santiago y rápidamente puso en marcha las obras que tenían en mente los arquitectos municipales Carlos Aliaga y Alvaro Guridi para renovar el centro, ante la fuga de locatarios y residentes hacia la pujante comuna de Providencia. El centro de Santiago, en la década de los 70 amenazaba quedar despoblado. 
Las cuatro cuadras de Ahumada estaban atestadas de vehículos y gente. Cuatro recorridos de micros pasaban por ahí. Los taxis eran tantos que se demoraban 10 minutos en recorrer cuatro cuadras. “En cada luz roja, la gente bajaba a la vereda para caminar más holgado”, recuerda arquitecto Guridi. El había estudiado en Madrid, en 1970, y había visto la construcción de los paseos entre la Puerta del Sol y Gran Vía, y trajo la idea a Chile de hacer un paseo peatonal urbano. También había visto otro en Munich. Sabía que revalorizaría el centro, pero en Chile reinaba la duda.
“Providencia primero se había llevado a los residentes en década de los 50, luego las oficinas y las tiendas”, dice Guridi. 
Pronto no quedaría nada. Pero las críticas llovían. Hasta la prensa fue despiadada: 
Peatonizar el centro”, editorializaban, “creará más congestión y contaminación, por las aglomeraciones en su entorno”. 
Algunos pensaban que se iba a cobrar peaje. Los comerciantes opinaban que el chileno era cómodo y que le gustaba comprar casi sin bajarse del auto o en la puerta de la micro. O que, simplemente, preferiría otros barrios. 
Nadie quería involucrarse en una aventura. Hasta que la rotura de la Alameda por el Metro, en 1973, dio la oportunidad de hacer la prueba. Se cerró el tránsito por Ahumada por dos años y eso les demostró a los locatarios que sí se podían eliminar los autos, sin disminuir el corte de boletas”, recuerda Guridi. 
Finalmente, Patricio Mekis, en un viaje a Buenos Aires, vio el paseo Florida en el microcentro y se convenció de que ese podía ser el sello de su período edilicio. A su regreso, desempolvaron el proyecto de Alvaro Guridi y el director de Obras Carlos Aliaga y se pusieron a convencer a los vecinos con planos en mano.

“Mekis tenía un gran poder de convicción. Ese era su talento y su cercanía con la gente”, cuenta Guridi. 

Su primera obra fue remodelar el frontis del Teatro Municipal, trayendo una pileta y árboles. El alcalde lo había hecho tan bien que los vecinos (varios bancos, la Sociedad Tatersall y numerosos propietarios) le autorizaron hacer el paseo en la primera cuadra de Ahumada “para probar”: entre Compañía y Huérfanos.
El año de las obras pasó rápido. El 22 de noviembre de 1977 estaban listas. Se invitó a autoridades militares y se cortó la cinta con una banda de la Fuerza Aérea. Una semana después, el propio Pinochet, inusitadamente, hizo detener su auto en Compañía y se bajó a caminar con Lucía Hiriart.
Todavía quedaban trabajos pendientes. En enero del 78 se terminó totalmente la extensión de las otras tres cuadras aledañas y se concluyó con otro juego de agua, que cerraba el paseo al llegar a la Alameda. Mekis convenció al director del Metro para que hiciera una salida no contemplada hacia Ahumada con las primeras escaleras mecánicas públicas en Chile.
El éxito fue total. Los arriendos subieron. Las construcciones mejoraron. 

Paseos peatonales del centro.

Paseo Ahumada

Ubicado en el centro de Santiago, ha sido su principal arteria comercial desde tiempos de la Colonia y un paso exclusivamente peatonal desde 1977. Actualmente, es el eje de mayor actividad social, comercial y funcional de la ciudad, el cual reúne, en sus cuatro cuadras, grandes tiendas comerciales. Este paseo desemboca en la gran arteria de la ciudad, Avenida Libertador General Bernardo O’Higgins, frente al edificio de la Universidad de Santiago y la Iglesia de San Francisco, convertida en Museo Colonial.

Paseo Huérfanos


 
Huérfanos es una calle que cruza el centro-poniente de Santiago. Paralela a la Alameda Libertador Bernardo O'Higgins, va desde el Cerro Santa Lucía, por el oriente, hasta la comuna de Quinta Normal, por el poniente. En Avenida Matucana se corta y reaparece en un nuevo tramo de un barrio residencial.
La calle Huérfanos ha tenido diferentes nombres durante su historia. Inicialmente se la llamó "callejón de las caballerizas", porque albergaba las caballerizas de don Mateo de Toro y Zambrano. Más tarde pasó a nombrarse "La Moneda Real". Esto, porque la casa esquina de Huérfanos con la calle Morandé, fue el lugar donde Francisco García Huidobro acuñó las primeras monedas de oro. Luego, a propósito de haberse instalado en esta calle el regente Tomás Alvarez de Acevedo, alrededor del año 1780, su nombre cambió por la "Calle del Regente".
Finalmente, en la manzana formada entre la actual Huérfanos y las calles San Martín, Agustinas y Manuel Rodríguez, se fundó el Hospicio de Los Pobres, "con recogimiento y crianza de huérfanos", el que serviría para asistir a alrededor de 4.000 mujeres enfermas de la epidemia de cólera morbus que azotó Santiago entre los años 1870 y 1880. Los huérfanos de las mujeres que murieron víctimas de la epidemia continuaron viviendo en la antigua Hospedería, de ahí que la calle se convirtiera en la "de los Huérfanos".
La calle nace en el pie del Cerro Santa Lucía y a las dos cuadras se transforma en un paseo peatonal. Su primera fase destacan los "sex shop", los cines y las librerías. Luego el comercio de todo tipo y restaurantes. Cerca de su cruce con la calle Ahumada aparecen los bancos y farmacias.
En su cruce con calle Morandé se encuentra el edificio del ex Caja de Crédito Hipotecario, sede del Tribunal Constitucional de Chile y edificios aledaños como el Edificio de Codelco y del Ministerio del Trabajo y Previsión Social . El paseo termina en calle Amunátegui, en frente de los Juzgados Civiles de Santiago y desde ahí se transforma en una calle de un sentido oriente poniente que cruza el eje Norte-Sur de Autopista Central por un puente peatonal Santa Ana.


Esta calle dedicada al comercio, concentra las mejores tiendas de calzado del país y una gran variedad de salas cines. También se puede observar el movimiento artístico del centro, con cantores y grupos de teatros que se reúnen en el lugar.

Paseo Avenida Bulnes


Esta rodeado de grandes edificios institucionales y aquí se encuentra la librería del Fondo de Cultura Económica. Esta avenida fue edificada entre 1938 y 1950 como complemento del Barrio Cívico.

Paseo Corregidor Zañartu


También llamado Paseo Puente, es la continuación del Paseo Ahumada y comprende cuatro cuadras.

Paseo Bandera

Calle Bandera (antiguamente calle de La Bandera) es una calle del centro de la ciudad de Santiago, Chile, que inicia por el sur desde la Avenida Libertador General Bernardo O'Higgins y continua por el norte hasta el río Mapocho. 

Paseo Estado

El Paseo Estado es una vía de exclusivo uso peatonal ubicada en el centro de la ciudad de Santiago, Chile. En su extensión de norte a sur une la Plaza de Armas con la Alameda del Libertador General Bernardo O'Higgins.
En la Colonia se le conocía como calle del Alguacil Mayor o del Alférez Real, y era por esta vía donde se celebraba el Paseo del Estandarte Real cada 24 de julio. Posteriormente fue denominada como calle del Rey, debido a que fue la vía oficial de las ceremonias públicas durante la Colonia.

El 20 de enero de 1825 adquirió el nombre de calle del Estado y durante la intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna fue la primera calle adoquinada. En 1999 fue transformada en paseo peatonal






REPORTAJES 22 de Julio de 2023

Gloria y decadencia de las galerías del centro de Santiago: ecos de tiempos pasados en medio de la ciudad.
Los antiguos centros comerciales se esconden bajo los grandes edificios del centro de la capital como pasadizos que muchos ocupan solo para acortar camino. Entre ellos, los pasajes Matte y Agustín Edwards. La patrimonial y emblemática Librería Francesa, una antigua tienda de filatelia y un cine para adultos sobreviven en los pasillos llenos de detalles ornamentales influenciados por la elegancia neoyorquina de los años 40. “Eso falta en Chile: ver a estas galerías como un patrimonio vivo que continúan siendo un espacio de conexión con nuestra historia y una excusa perfecta para redescubrir el centro de Santiago”, afirman los conservadores Mario Rojas Torrejón y Fernando Imas Brügmann. Aquí, la historia de tiendas y vendedores que aún habitan esas galerías.

Por Paula A. Domínguez Sarno.
 

Caminando por el Paseo Ahumada, desde la Alameda, entre el Paseo Huérfanos y la Plaza de Armas, están uno frente a otro los pasajes Matte y Agustín Edwards. Una primera entrada de ocho metros de alto e inmediatamente después una de tres, dan la bienvenida a los pasillos diseñados por el arquitecto francés François Brunet de Baines y comprados hace casi dos siglos por Domingo Matte, el antiguo empresario y político chileno. Sin embargo, detalles como los pavimentos de mármol, las piedras reconstituidas o las piezas de bronce en barandas y lámparas pasan desapercibidos con el alto flujo de personas, comercio ambulante y bulla de las calles de Santiago Centro.

Al igual que los centros comerciales modernos, las galerías del centro se crearon en el siglo XIX para concentrar en un solo lugar a tiendas diversas.

  “Pero en una calle interior y cerrada, que servía para cortar camino y hacer el trayecto mucho más ameno”, comentan Mario Rojas Torrejón y Fernando Imas Brügmann, conservadores de Bienes Culturales y fundadores del Estudio Brügmann, una plataforma de investigación y difusión patrimonial. 
“Son un refugio al frío, también al calor, y un paseo. Una de las más recordadas fue la Galería San Carlos”, siguen. 
Esta última fue demolida en 1929 y ubicada donde está hoy la calle Phillips, detrás del Portal Bulnes.

Entrando al Paseo Matte, desaparece a solo unos pasos la luz natural y se lee en un cartel lumínico, con letras rojas, que ocupa toda la franja superior de la entrada: “Joyas Barón”. El emblemático local mantiene dentro de sus antiguas vitrinas medallas cristianas, aros, anillos y cadenas. “Solamente oro”, dice Odette Jara (60), una de las vendedoras que trabaja allí desde los 90.
“Vendemos solamente oro de 18 quilates. La gente viene a comprar para bautizos, matrimonios, regalos de Navidad…”. 
Vladimir Garrido (68), otro de los vendedores, lleva tanto tiempo como Odette y cuenta que tienen clientes de todas las edades y de todas partes de Santiago, pero quienes más van a comprar son personas mayores. “Argollas de matrimonio es lo que más se vende”, dice.

Los grandes pasillos parecen los de una estación de tren antigua, de techo alto y arqueado, con vigas curvas en el cielo. La mayoría de los locales son joyerías y en la franja del medio, se ubican pequeños puestos en cadena. A simple vista, todos ofrecen los mismos productos: joyas, relojes y accesorios de cuero.

En el kiosko 347, ubicado en el bandejón central de uno de los corredores, está Jorge Meza (61), un relojero que heredó de su padre el nombre y el oficio.

Su padre, quien falleció, se instaló en la antigua galería en los años 70, vendía joyas, relojes, artesanías en lapislázuli y reparaba los mismos productos. La tienda se llama “Artesanía Chile” y Jorge cuenta que antes del estallido social, la vida que se vivía frente al centro histórico era más familiar, pero que ahora hay una percepción de que el centro es peligroso. “Y las municipalidades, de los distintos sectores, se han ocupado poco de todo este casco histórico. Lo que es la catedral, el museo, la municipalidad, la misma Moneda, lo que es el cerro”, explica. “Se han preocupado poco. Arreglan, pero no lo mantienen. No lo cuidan: lo descuidan”.

En su rubro, Meza presenció los primeros grandes cambios con la importación de relojes desde Asia. “Todo se ha vuelto desechable, todo dura menos. Antes, uno heredaba el reloj del padre y después pasaba al hijo y al nieto. Hoy día, no, se ve muy poco”, reflexiona. Aunque admite que aún hay quienes acuden a su negocio para arreglar antiguas reliquias familiares. “Además del valor de la prenda, está el valor sentimental. Hace poco tuve una clienta que vino a arreglar un reloj francés y le costó dejarlo, quieren quedarse viendo”.

Al arreglar relojes antiguos, muchas de las piezas están descontinuadas y muchos de los procedimientos solo se pueden hacer con antiguas máquinas de fierro mecánicas. Desde cerrar las tapas de las baterías, hasta sujetar las piezas que arregla con diminutas pinzas y herramientas mientras utiliza unos lentes lupa como cintillo.

Las galerías emblemáticas de Santiago Centro se encuentran en el triángulo formado entre la Estación Mapocho, la Moneda y el Centro Santa Lucía.

En la Galería España, por ejemplo, ubicada por la calle Estado, con entrada entre Merced y Huérfanos, atiende hace más de 50 años la Librairie Française. Reconocida por la Municipalidad de Santiago como uno de los lugares patrimoniales del casco histórico, la librería bilingüe sigue con su sello intacto de entregar una atención con recomendaciones personales de los vendedores de los libros con los que cuenta la biblioteca.

Frente al Paseo Matte, está el Paseo Agustín Edwards, donde los antiguos locales se mezclan con cafeterías y nuevas tiendas tecnológicas. Durante los años 40, como era tendencia de la época, la galería presentaba elementos del Art Déco vinculados a la elegancia neoyorquina, explican los conservadores de Bienes Culturales, Mario Rojas y Fernando Imas. Allí, viajar en el tiempo es tan sencillo como alzar la vista y perderse en el alto cielo artesonado de casetones octogonales y sus barandas de bronce diseñados por los arquitectos Sergio Larraín García-Moreno y Jorge Arteaga.

El puesto más antiguo del pasaje es “El Penique Negro”, un lugar que reúne innumerables –y antiguas– estampillas, trenes Merklin y billetes y monedas de gran valor, altas repisas y, sobre ellas, cajas de calcetines Molletto con más objetos. Rosita Lara es la dueña del local y quien lo atiende. “Es el primer sello del mundo, que se creó en Gran Bretaña”, explica sobre el origen del nombre de la tienda, del cual tiene tres originales, mientras hojea la revista “Chile Filatélico”.
La mujer, de más de 70 años, toma de una de las repisas que recubren interiormente su local, algo muy similar a unos antiguos álbumes empastados, pero adentro, en lugar de fotografías, hay estampillas que toma con delicadas pinzas filatélicas. En distintas cantidades y ordenadas por años, algunas conmemoran el Día Internacional de la Mujer, eventos de masonería, poetas chilenos y a uno que otro militar. “Aquí uno nunca se aburre, ¿te das cuenta?”, cuenta con entusiasmo.
El lugar, lleno de objetos con historia, lo instaló su difunto marido, Sergio Heise, en 1968. “Vine a venderle unas estampillas”, cuenta Rosita sobre el momento en el que se conocieron a principios de los años 70. “Fue amor a primera vista”.
Hoy, está por dejar el lugar, según cuenta, el arriendo es muy caro y pierde dinero casi todos los meses. “La gente te compra $50, $100, $500, $1.000, $5.000. Más no gastan”, cuenta Rosita. “Entonces no vale la pena”.

Ciclos de gloria y decadencia

Las experiencias varían su naturaleza en los pasillos cansados de la galería. Hacia la salida por Compañía, a un costado del Museo Chileno de Arte Precolombino y en el subterráneo, sobrevive un cine para adultos. Con poca luz y un cartel de luces de neón rojas al terminar las escaleras dobles, está la cartelera con imágenes de sexo explícito. A diferencia del resto de los locatarios, su dueño es desconfiado y reacio a las preguntas, sobre todo cuando estas vienen de una mujer y periodista.
Por el estigma que existe en torno a las películas pornográficas que transmiten, uno de los trabajadores pide, de forma amable, no sacar fotografías. En su interior se puede ver la tradicional confitería, pero en lugar de cabritas hay algunas papas fritas Lay’s individuales, unos hervidores para servir café y unos pañuelos desechables.
El uso de los espacios en las antiguas pasarelas es variado. Algunos fieles clientes acuden a las distintas tiendas a comprar y otros los atraviesan con los ojos en el celular para acortar camino a su destino.

Las galerías comerciales que vienen a la cabeza de Mario Rojas y Fernando Imas al pensar en experiencias internacionales sobre la recuperación de espacios, son decenas. Resaltan los Passages couverts de París y de ellos, las más famosas pasarelas: Le Passage des Panoramas, Le Passage Jouffroy o la Galerie Vivienne. 
“Todas ellas pasaron por épocas de gloria y decadencia; 20 años atrás estaban muchas de ellas vacías, con pequeños restaurantes con almuerzo al paso; peluquerías y librerías”, comentan. “Hoy, sin embargo, se han inyectado recursos para su recuperación, no solo arquitectónica, sino que se ha fomentado la presencia de un comercio renovado y atractivo, pero sin perder su esencia de sitios históricos, donde se mantienen, por ejemplo, las librerías antiguas, y los pequeños anticuarios llenos de curiosidades”.

Asimismo, en la experiencia internacional ha sido clave, ya que, en los casos de éxito, las pasarelas se han convertido en verdaderos centros de atracción para los visitantes. Y, con esa atención, es más fácil conseguir recursos para restauraciones. “Creemos que eso falta en Chile: ver a estas galerías como un patrimonio vivo que, a pesar de haber sido construidas hace tanto tiempo, continúan siendo un espacio de conexión con nuestra historia y una excusa perfecta para redescubrir el centro de Santiago, que ha estado tan afectado en el último tiempo, por tantas cosas”, agregan.

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