miércoles, 1 de julio de 2020

Lili Marleen: comer a la alemana (Restaurante de Santiago) a

Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; Anllela Hormazabal Moya ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; Ana Karina Gonzalez Huenchuñir; Alamiro Fernandez Acevedo; Francia Carolina Vera Valdes; Tatiana Flor Maulén Escobar; Raúl Meza Rodríguez; 



Una vez le robé un sahne nuss a mi tía del bazar y me lo comí mientras cagaba en el baño. La verdad lo hice más de una vez: con tuyos, con vicios, con puñados de calugas kegol. De pendejo descubrí que si era capaz de comer oliendo mi propia mierda, nada me daría asco en la vida. Y así fue. No me da asco el olor a brócoli, ni el olor a guatitas —de hecho me gustan—, ni ponerme como títere la piel de los conejos que caza mi amigo Óscar, de vez en cuando, antes de tirarlos a la parrilla. Es muy difícil que algo me quite el apetito: ni siquiera si Pinochet está mirando —y no hablo de comer viendo la serie de los 90—.

Llegamos al Lili Marleen con la Gloria, mi amiga madura de Badoo, después de una recomendación de mi amigo Roberto, un tipo al que le fascinan tanto los embutidos que una vez nos invitó a su casa y preparó una olla con longanizas y marraquetas para el picoteo.

Era jueves y por suerte la Gloria había reservado una mesa. En la entrada se nos acercó una versión zombie de Krasnoff para preguntarnos si teníamos la reserva y entonces apretó un timbre para que nos dejaran entrar. En dos tiempos activé la cámara del celular y disparé todo lo que tuve ante mis ojos: el restorán no solo era alemán. Me lo habían dicho, pero no lo imaginé así: Lili Marleen era la basílica del pinochetismo. Pinochetlandia. Pinochetzania.

Las paredes además estaban llenas de fotos como las que pueden ver más abajo de la vieja Lucía y del Negro Piñera, invitados de lujo…


En eso estaba yo, sacando fotos a las fotos, muerto de la risa, cuando una institutriz alemana bien rica apareció para retarme: señor, señor, no se puede tomar fotos a la decoración. Había fotos de Pinochet por todas partes. Pinochet con capa. Pinochet con guantes. Pinochet de azul. De blanco. Pinochet y la junta militar. Pinochet en camisa y corbata junto a un niño en un resbalín. De fondo se oía una marcha militar alemana y la Gloria, parada junto a un pastor alemán tallado en madera, me miró y me dijo: «Qué rico el olor». Me acordé entonces de mi abuela, que después de ir a lanzar maíz a los milicos del regimiento Buin para que salieran a la calle —sí, en los 90—, volvía a la casa y cocinaba el mejor costillar al horno con papas que he probado. Cada vez que lo preparaba, todos decían: «Qué rico el olor». Y al rato ya estaban todos hablando del tata, de los comunistas comeguaguas, mientras los niños y una tía comunista guardábamos silencio. A veces mi tía metía la cuchara, pero nadie la escuchaba, y de pura rabia, pienso ahora, le ponía más sal al costillar y a las papas. Después de unos años murió de hipertensión.

Es raro y exagerado, pero después de la advertencia de la institutriz me vino una leve sensación de pánico. Atravesamos un pasillo. Había viejos canosos y rosados acuchillando perniles y tragando cerveza de trigo. Todo se orquestaba bajo el ritmo prusiano de las marchas. Me senté. Callado. Como mi tía.

Juan Guillermo Vivado —de seguro con algo dentro del culo— y Coco Legrand me miraban colgados en la pared… También estaba Longueira, Julita Astaburuaga y José Miguel Viñuela. No podía quitar la vista de la foto de Viñuela cuando se nos acercó la institutriz. Tome, cariño. Cualquier cosa me avisan, nos dijo al pasarnos la carta y eso me tranquilizó un poco. Revisamos los platos. La Gloria dijo que se imaginaba la calle cubierta de nieve mientras estábamos ahí dentro, y eso ayudó a cambiar de tema en mi cabeza. Si no fuera sobre todo por las fotos de Pinochet y Viñuela, el lugar sería una perfecta y acogedora cabaña en plena selva negra alemana —nunca he estado ahí pero lo vi el otro día en el Gourmet—, llena de cachibaches y olor a cerdo ahumado, asado y embutido. La casa de la hermana Bernarda.

En realidad, abriendo la mente con un corvo, puedo decir que había algo agradable y obsoleto en todo esto: la situación era como un kidzania de viejos cocodrilos jugando a comer y otros a servir platos exquisitos, mientras afuera, la verdad, no hay nieve ni soldados, sino un planeta extraterrestre. Algo incomprensible. Mientras se queden aquí dentro, pensé, con las panzas llenas de embutidos, la humanidad está un poco más a salvo.

Le pedí a la institutriz un schop de 500 cc de Erdinger rubia que llegó en el acto con dos hermosos dedos de espuma. Le faltaba solo el marrasquino.

Si algo brota de las tetas de las mujeres bávaras, de seguro es esto y no leche: cerveza de trigo espesa, turbia, dulce. Un néctar. Vendría aquí solo a tomar cerveza y mirar cocodrilos. La Gloria pidió una Schofferhofer con sabor a pomelo, que le gustó tanto que la puso entre sus favoritas en su perfil de Badoo. También pedimos un crudo, pero primero llegó un plato con dos lenguas de pan alemán, cortesía de la casa, barnizadas con una mezcla de crema y mostaza y eneldo picado, un vegetal del que me gustaría tener algo que decir.

A lo diez segundos llegó el crudo (media porción) que habíamos pedido: cuatro cerros de carne molida sin grasa, bombardeados con cebolla en cubitos y pepinillo pickle, posados sobre finas lenguas de pan negro con semillas. Un pocillo con mostaza, otro con limón, sal y pimienta. Todo iba bien hasta que la Gloria descubrió que el limón era sintético. Lo peor: lo descubrió cuando ya nos habíamos comido todo el crudo. Yo estaba tan nervioso con la decoración que no reparé en el limón y me esforcé en encontrarlo rico. De hecho, la carne estaba tan buena que no me importó haberlo comido así, hasta que más rato una garzona nos dijo que si uno se daba cuenta que era limón químico, podía pedir limón verdadero. Demasiado tarde. Me paré a mear.

Cuando volví ya había llegado el resto del pedido y en la mesa habían cambiado todo. Cuchillos, tenedores, servilletas y una mancha de crudo que había saltado de mi boca ya no estaba. Ahora tenía ante mis ojos una gorda rindswurt, que significa en realidad pene de motumbo ahumado, hervido y al plato. La Gloria quedó loca con dos salchichas bratwurst, rellenas con vacuno y cerdo, hervidas y doradas al sartén. También pedimos un plato de chucrut dulce y caliente y yo me serví otro schop mientras la Gloria seguía con su Bodenhoffer. Ahora todo iba bien. Yo cortaba un poco de motumbo, lo untaba con un poco de mostaza y luego recogía algo de chucrut. De fondo sonaba la canción “Lili Marleen“, que le da el nombre al restorán, algo así como la “Prisionera de mi corazón” durante la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.







La Gloria compartió conmigo un poco de sus bratwuesgnjhrtd y esas sí que estaban buenas. Mucho mejor que mi rindwusrydfhd: pequeños caramelos blancos rellenos de mamífero y explosiones subatómicas de aliño completo. Digo aliño completo porque no tengo pico idea qué había ahí dentro, pero estaba perfecto y salado e iba todavía más perfecto con la mostaza, el chucrut y la cerveza. Los intestinos de la institutriz deben lucir así, tan delicados como las bratwdjesdafs, pensé, mientras Benjamín Palacios me miraba desde una pared abrazado al dueño del local. Por si no lo dije antes y no lo notaron, el tipo es un alemán gordo y rosado y tan fanático de Pinochet que decidió abrir este lugar hace once años.

Durante toda la noche vimos pasar a los garzones cargando trozos monumentales de kuchen pero cuando pedimos para nosotros ya se había acabado —el lugar estaba lleno—. Entonces la institutriz nos ofreció un panqueque alemán, que en realidad era un panqueque gordo con dos bolas de helado y salsa de chocolate y frambuesa de supermercado. Me sentí en el Bravissimo. Yo quería kuchen. Una marcha militar alemana me atravesó el alma. Miré a todos lados buscando una explicación y solo vi imágenes de Pinochet y la junta militar: Mendoza, Merino, Leigh, mirando desde lo alto de una pared, sobre la mesa de un grupo de cocodrilos con canas hablando del campo de batalla. Tres pelados de algún regimiento bajaban mini petacas de Jaggermeister en la barra, haciendo caras, burlándose de alguien. Una vieja con visos comía fricandelas. Yo estaba satisfecho y un poco asustado de nuevo. Le dije a la Gloria que me quería ir, pero antes de eso reparé en un viejo cuadro con soldados alemanes. Uno de ellos tenía pegada la cara de Hugo Zepeda, el viejo que ve fantasmas. Me dio risa y la Gloria le sacó fotos escondida. A la salida estaba Krasnoff, muerto de frío. No había nieve. Me sentí mejor, aunque esa noche tuve pesadillas con marchas alemanas de fondo y me tiré los peos más hediondos del año. Según la Gloria, que tampoco le hace asco a nada, fue porque la comida estaba muy cálida. Solo le faltó decir: «Qué rico el olor».


Una noche en el Lili Marleen

domingo, 06 de septiembre de 2015
Mariela Herrera Muzio
Reportajes
El Mercurio

La historia de sus dueños, un matrimonio alemán que en el año 70 huyó de la RDA y décadas después se radicó en Chile atraído por la influencia prusiana del Ejército, ayuda a entender por qué adherentes del gobierno militar y del oficialismo confluyen en un mismo lugar.



F otos. Muchas fotos. Eduardo Dockendorff, Osvaldo Puccio, Nicolás Eyzaguirre y Francisco Vidal sonríen. Más allá, Pablo Longueira, Hermógenes Pérez de Arce y Francisco de la Maza. A unos centímetros de distancia los actores Julio Jung, Amparo Noguera y Daniel Muñoz se entremezclan con Miguel Piñera, Fernando Villegas y Ernesto Belloni. Y aparece Mike Patton de Faith No More junto a Lalo Ibeas de Chancho en Piedra. Y las dos Patricias. La Maldonado y la Rivadeneira. Derecha e izquierda.
Y Pinochet. Mucho Pinochet. Joven y anciano, de uniforme y de civil. Y su familia. Y la junta militar y una reproducción de su funeral hecha con pequeñas figuras de plomo sobre un piano de fines del siglo XIX ya desafinado.
Todos se dan cita en una casona de Providencia donde se ubica desde 2003 el restaurante Lili Marleen, de propiedad de Hans Dittmann y su esposa, Gisela. El mismo local que hace unos días hizo noticia por una foto "paparazeada" del hijo de la Presidenta, Sebastián Dávalos, cenando en el lugar. En redes sociales surgió un debate por su presencia en un restaurante en que abunda la iconografía del régimen militar.

El mismo sitio donde Pinochet es "don Augusto", Dávalos es "Sebastián".

"Lo que pienso es el resultado de lo que yo y mi familia hemos vivido"

¿Por qué este acervo, para muchos incomprensible, de personajes del acontecer nacional que se pelean espacio entre los retratos en blanco y negro de Otto von Bismarck, Emilio Körner y Guillermo II, todo enmarcado en un ambiente completamente militarizado?

"Porque lo que pienso es el resultado de lo que yo y mi familia hemos vivido... Uno es lo que ha vivido", dice Hans, en un español marcado por un fuerte acento alemán. Con una opinión histórica y política definida, dice que no pretende imponer su verdad a nadie. "Nadie tiene la verdad absoluta y así es en la vida. Muchas veces frente a una situación pueden existir dos verdades, ya lo he observado", comenta.

Es el amo y señor del lugar mientras firma boletas, atiende la barra, encarga pedidos de fricandelas, lomos kassler , perniles y crudos.
Dice que es la primera y última entrevista que da. Prefiere ser reservado con su clientela y no tener protagonismo. Por eso le molestó que se viralizara la foto de Dávalos. "Lamento que se haya afectado la privacidad de Sebastián, él siempre es respetuoso y humilde", comenta.
A ambos los une la RDA. En 1970, ocho años antes de que Dávalos naciera en Leipzig, Hans y su esposa huían del régimen socialista tras un peligroso escape a Berlín occidental, cruzando el muro.
"Hicimos el mismo camino que varios exiliados de Chile que se fueron de acá y terminaron en Alemania Oriental. Nosotros partimos de Alemania Oriental y llegamos acá. Hicimos el mismo camino -reitera-, pero por distintos motivos".

Tres años detenido por la Stassi

En el Lili Marleen, como es costumbre de todas las noches, suena música alemana, algunas marchas, algunos vals, todo lo que recuerde a su lugar de origen.
Mientras se escucha por los parlantes la "Marcha de Radetzky" en una versión Andre Rieu, Hans cuenta qué lo hizo dejar Alemania.
"Fui educado y formado en un ambiente socialista, con un adoctrinamiento fuerte desde el kínder. Incluso había una clase que se llamaba formación del ciudadano socialista. Pero los jóvenes siempre son críticos y yo comencé a cuestionar. En Alemania Oriental uno tenía para comer, controlado por el Estado, claro, para tener ropa, pero no existía ninguna libertad de pensamiento, de opinión, y eso para un joven provoca un rechazo", dice. "Me comenzaron a perseguir de una forma muy fea".


Y cuenta lo que le ocurrió en lo que, pensó, sería el comienzo de su vida profesional.

"Siempre converso con gente conocida de la Concertación que estuvo en la RDA en la universidad Humboldt, en Berlín, donde yo también estuve. Allí di el mejor examen para ser dentista, pero luego me dijeron que por mi visión crítica era considerado 'enemigo del pueblo' y no me permitieron estudiar allá. No tenía ninguna posibilidad en el futuro de poder hacer algo, era como que estás muerto vivo".

Cuenta que la Stassi lo tuvo detenido por tres años, entre el 66 y el 69. Cuando fue liberado, a los 21, conoció a Gisela y, con ella de 8 meses de embarazo, huyeron hacia lo que entonces se llamaba "Berlín libre".
Hace un alto en el relato y dice: 
"Cuando la gente me comenta sobre lo que pasó en Chile yo les digo 'a mí no me cuenten nada, he pasado por todo eso, me han torturado, perseguido'... Entiendo a las otras personas, acepto que piensen distinto".


En Chile por el general Körner

Tras recorrer y buscar oportunidades, recibió una oferta para trabajar como periodista sobre temas de turismo. Su primera parada fue Venezuela y luego Chile.
Acá se encontró con una pasión que tenía desde niño: la historia.
"Yo tenía un muy buen profesor en el colegio y eso me marcó". Y la influencia prusiana no la encontró en Brasil ni en Argentina, lugares donde incluso la inmigración alemana había sido mayor.

"En Chile fue distinto", afirma y se explaya: "Luego de la victoria sobre Napoleón, toma fuerza la influencia prusiana en el mundo. Y acá se invitó, a fines del siglo XIX, a instructores alemanes para modernizar el Ejército. El primero que llegó fue Emilio Körner", y mientras termina de relatar muestra un retrato colgado en la pared de quien en Chile alcanzara a ser Jefe de Estado Mayor General de Ejército.

Si bien ya llevaba más de un viaje a Chile, decidió radicarse en 1998. La idea del restaurante la trabajaron en dos años, hasta que lo inauguraron en 2003. "Siempre me han gustado los restaurantes que tienen un tema. Te da una cierta cara", dice. "Y como en Chile existe esa tradición histórico militar con Prusia, entonces optamos por eso".

Así se entienden los cascos "prusiano-chilenos" con penacho rojo -"para la banda militar", explica- y los con penacho blanco -para oficiales y cadetes- que se ven en distintos rincones. Y que comparten espacio con gorras de carabineros, del Ejército, medallas, escudos y distinta indumentaria militar.

Hans no niega lo obvio. La decoración habla por sí sola. "Somos un restaurante con una visión de la historia reciente de Chile".

Sin decir ningún nombre, destaca que en su restaurante "se ha logrado algo muy bonito. Viene gente de todos los sectores, que se junta acá a conversar, o yo los junto en la barra sabiendo que uno es DC, otro es de RN y veo que siempre al final tienen algo en común. Aquí todos somos iguales, nadie está encima de nadie".

"A las personas hay que acogerlas cuando lo están pasando mal"

La hora avanza, el chucrut y la mostaza dan paso a los strudel y a la crema chantilly que, con abundancia, decora la mayoría de los postres.
Mientras el bar y las cuentas están en manos de Hans, la cocina es territorio de Gisela. Con ellos trabajan dos hijas y un sobrino que hace pocas semanas llegó desde Alemania, a quien el español aún no se le da fácil.
¿Por qué se acercó a Pinochet cuando este vivía sus últimos años? No solo por su respeto al ejército prusiano. Dice que a las personas hay que acogerlas cuando están "pasándolo mal" y no ser amigos solo cuando están en lo alto.
Es jueves en la noche. Como todas, el local hoy está lleno. Solo reservando con uno o dos días de antelación es posible conseguir una mesa.
Esta noche una de ellas es ocupada por un cliente frecuente del lugar: el ex alcalde de Providencia, Cristián Labbé, quien comparte con unos amigos en una mesa cerca del bar.

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