Introducción
Hay algo indefiniblemente misterioso en la calle Maturana. Sus primeros tramos, que flanquean el barrio Concha y Toro, tiene un no sé qué de la rue Margue, la de los crímenes de Poe, al menos en su versión de Tardes de cine. Es fácil imaginar en las noche de niebla -yen Santiago poniente las hay- al transeúnte rezagado levantándose el cuello del abrigo y apurando el paso mientras a cada tanto lanza miradas ansiosas hacia atrás, por sobre el hombro.
Afrancesado y discreto, el barrio Concha y Toro en cuestión ocupa hoy el sitio donde estuvo, hasta entrado este siglo, un palacete espectral: el Díaz Gana, también conocido como Concha Cazotte. Abundaba en cúpulas, ojivas, columnatas y almenas, y un viajero definió burlonamente su estilo como "turco-siamés". Fue un mal sueño arquitectónico -pero un sueño al fin- salido de la mente afiebrada del alemán Teodoro Burchard, por exclusivo encargo del minero José Díaz Gana, una de las fortunas de fuste del siglo XIX. Los Concha, posteriores habitantes, le agregaron también sus caprichos de estuco al engendro de las mil y una noche.
Pero en la calle Maturana coexisten fantasías y realidades de todas las épocas. En la esquina de Rosas sobrevive como puede el decorado neorrealista de un edificio gris, enorme, de imposible equilibrio (por sus ventanas abiertas, abarrotadas de mujeres, se adivinan los interiores ahumados); y frente a la Plaza Brasil, a un costado del convento de la Preciosa Sangre -donde Vicente Huidobro raptó años ha a Teresa Wilms-, los choferes de unos taxis duermen la siesta de lo justos a las tres de la tarde, mientras de los radio de sus autos emana una voz nasal, in ensiblemente sintonizada. Más allá, en la esquina de Erasmo Escala (antiguamente conocida con el ridículo nombre de Galán de la Burra), algunos boy scouts, montados sobre otros boy scouts, se divierten lanzándose a la cabeza unas bolsas de suero coloreado
Hace cien año , Maturana se conocía como Calle de Fontecilla. Era un filón colonial, con rejas de Vizcaya, portones claveteados y alumbrado escaso. En el número 30 vivía Sara Bell Recabarren, una mujer hermosa, de vida complicada, a quien los vecinos apodaban La Gringuita. Los entusiastas del folletín genealógico la suponían hija secreta de un señor Lyon. Sea como fuera, su amante, Luis Matta Pérez, un abogado con gran influencia en el gobierno parlamentarista, la asesinó una noche de octubre de 1896 con una dosis de veneno para perros.
Confiado en que con su mano manejaba los hilos del tinglado santiaguino, Matta dejó por todas partes evidencias estúpidas de su crimen. Incluso horas antes del hecho los vecinos lo vieron persiguiendo a Sara por la calle: había intentado darle a tomar un café con arsénico. Ante la curiosidad de la gente, el jurisconsulto repartía una excusa inverosímil: "No tengan cuidado, la pobre es enferma del corazón".
Matta estuvo a punto de pasar el trance con total impunidad, pero el error fatal lo había cometido varios años antes, una noche en que -culminada la revolución del 91- el Teatro Municipal prendió todas sus luces para celebrar las glorias del general Koemer. En el foyer, Matta reconoció a un reportero llamado Julio Videla, de La Nueva República, un diario balmacedista. Lo expulsó del recinto a empujones y a gritos.
La humillación -gran retratista- grabó a fuego el rostro de Matta en la retina de Videla. La Nueva República sacudió el caso de Sara Bell cuando estaba a punto de echarse sobre él una última paletada de olvido.
Exhumaron su cadáver en el Cementerio General de Santiago. Ocurrió en días oscuros de 1896. Era imprescindible la autopsia del cuerpo de Sara Bell Recabarren. Las sospechas eran muchas. Así fue como la trasladaron a una plancha de metal: su disección podía dar resultados definitivos. Lejos ya de este mundo, el rostro de Sara Bell era portada de diarios y revistas. La hermosa joven, que tuvo pendiente a la sociedad chilena antes de esclarecerse su crimen, fue envenenada con cianuro de potasio. El responsable: Luis Matta Pérez, abogado, socio del Club de la Unión y amante de Sara.
Lugar del crimen en las habitaciones que ella ocupaba en la céntrica calle Fontecilla —hoy Maturana— número 30. Además del pequeño hijo de ambos, la única persona presente en el lugar fue María Requena, joven sirvienta que Matta Pérez había contratado.
El móvil de éste habría sido la presión que le hiciera sentir Mariana Prévost, su amante por largo tiempo.
Retrato de Mariana Prevost Moreira, descendiente de una importante familia peruana, se casó con Joaquín Godoy Cruz, embajador de Chile en Perú. Mariana Prevost Moreira (1852-1920) |
El periódico El Chileno daba cuenta, en su portada del miércoles 4 de noviembre de 1896, de la enorme “excitación pública” y la “profunda emoción social” que generaba, en la ciudad de Santiago de Chile, el así llamado “crimen de Sara Bell”. El asesinato de la joven de 23 años, Sara Bell Recabarren, en octubre de 1896, supuestamente a manos de don Luis Matta Pérez, un connotado abogado que pertenecía a los círculos de las elites y al bando vencedor de la guerra civil de 1891, fue uno de los escándalos con mayor repercusión pública desde el surgimiento de la prensa moderna en Chile.
Sara Bell concurrió al abogado Luis Matta Pérez para recibir asesoría en la demanda judicial contra su esposo, quien la había abandonado al poco tiempo del matrimonio. El idilio se habría quebrado cuando la primera amante de Luis descubrió el nuevo romance de su enamorado. Una serie de escándalos en espacios públicos y privados, escenas de celos, robos de cartas privadas y agresiones físicas, culminaron la noche del 22 de octubre de 1896 con la muerte de Sara, producida luego de varios intentos de envenenamiento por parte de Luis Matta Pérez. La prensa de la época y los rumores familiarizaron al público con los nombres de diversos venenos: arsénico, estricnina, digitalina y cianuro de potasio, sumado al cloroformo que Luis y su criada aplicaban sobre la nariz y boca de Sara para calmar, supuestamente, sus ataques de histeria.
La historia de Sara fue narrada una y otra vez por la prensa, así como recogida en los folletos, folletines, los pliegos de Lira Popular, las novelas y las obras de teatro, a la vez que circulaba oralmente “en todos los salones”, como indicara el diario El Chileno. Las narraciones de su crimen se instalaron en el centro de las interacciones entre oralidad y palabra escrita, entre rumores e impresos, construyendo y amplificando el escándalo a partir de la relación dialógica entre los escritos y los “horizonte de expectativas” de sus lectores.
Tal como propuso Lila Caimari, respecto a los “casos célebres” de la ciudad de Buenos Aires durante el mismo periodo, el “caso Sara Bell” haría dialogar los relatos de la prensa con la ficción5. Las representaciones del drama de Sara, mediadas a través de la ficción, se expresarían por primera vez con la publicación del folletín El asesinato de Sara Bell que, en el mismo año 1897, se divulgaría en formato de libro por la imprenta del periódico La Lei. Ese mismo año vería la luz la novela Sara Bell o una víctima de la aristocracia, de autoría de Oscar Hall-Port, pseudónimo de Carlos Lathrop, quien a su vez escribiría dos piezas teatrales sobre el caso. Los folletos harían circular entre la población algunos de los alegatos que formaron parte del proceso judicial y los pliegos de lira también aludirían a la historia, dando cuenta de su resonancia en los sectores medios y populares de la ciudad de Santiago.
Los “casos célebres” eran, por lo general, homicidios que involucraban a sujetos de elite, cuya repercusión periodística se extendía durante días o semanas y que se prestaban para discutir temas tales como la decadencia de las clases altas. La historia del crimen de Sara Bell circuló a través de la prensa durante al menos ocho meses – que fue el periodo que transcurrió entre el crimen y la publicación del primer folletín sobre el caso, y que corresponde al periodo de nuestra investigación –, aunque alcanzó una notable repercusión pública durante los dos primeros meses luego de ocurrido el homicidio. Si bien, las connotaciones específicas de este explican el persistente interés de la opinión pública de Santiago de Chile por conocer todos sus detalles, no podemos obviar los intereses comerciales que existían detrás de estas publicaciones. El periódico La Lei, que conservó el mayor número de publicaciones sobre el caso durante el año 1897, buscó mantener la atención del público a la espera de la inclusión, entre sus páginas, del folletín que relataba los pormenores de esta historia.
A partir de las narraciones del caso Sara Bell en la prensa durante ocho meses y en la primera novela publicada sobre el tema, en este artículo analizaremos la construcción y resignificación del personaje “Luis Matta Pérez”, así como su papel en tanto representación de la elite en el contexto del Chile de fines del siglo XIX. La novela en cuestión, titulada El asesinato de Sara Bell, fue publicada primero como folletín, en el periódico La Lei, y luego en formato de libro por la imprenta de este mismo diario. Su autor, Daniel Castro Hurtado, fue teniente de pesquisas y encargado de la investigación del caso, hasta ser acusado de cómplice en la fuga de Matta Pérez, por lo que permaneció en prisión desde noviembre de 1896 hasta mayo de 1897, periodo en que redactó su versión de los hechos.
Proponemos que la figura de Luis Matta Pérez estuvo sujeta a una disputa de significaciones entablada a partir de los distintos contextos de producción desde los que los periódicos se dirigían a sus comunidades de lectores, siempre en diálogo con las expectativas de estos últimos. Si bien las disputas en torno a dicha figura implicaron una notable resignificación de este personaje, dentro de un espacio temporal sumamente corto, también es posible apreciar permanencias en relación a su caracterización por los distintos medios de prensa. Ciertos periódicos usarían la representación de Matta Pérez como encarnación de la incapacidad moral de la elite triunfadora en el conflicto de 1891, la que dirigía el destino del país y disfrutaba de una vida de ostentaciones, mientras parte importante de la población vivía en condiciones indignas. Por su parte, otros medios de prensa, vinculados a la Iglesia Católica y a la elite, desplegarían estrategias para evitar que la caída de Matta llevara al despeñadero la imagen de este sector social. El honor de Luis Matta Pérez se transformaría en el foco de la atención de los medios de prensa y de la primera novela publicada sobre el caso. En un comienzo, su posición como “caballero honorable” se representó, por gran parte de los periódicos, como garantía de su buena conducta y, consiguientemente, de su inocencia en la muerte de su “querida”. Sin embargo, con el transcurrir de los días, la mayoría de los medios de prensa iría desvelando su incumplimiento de los roles patriarcales y el origen espurio de la riqueza de la que hacía gala, lo que, junto con los detalles escabrosos del homicidio, culminarían en su “muerte social”.
Las formas en las que Luis Matta Pérez era referido en las publicaciones, se relacionaban fundamentalmente con los contextos de producción de cada medio de prensa y con los horizontes de expectativas de sus lectores. Así, el diario El Porvenir, que representaba la voz de la Iglesia Católica, lo consignaba como el “joven abogado D. Luis Mata Pérez”, incluso después de darse a la fuga ante la inminente dictación de la orden de arresto en su contra. Sus titulares sobre el caso apelaban a la cautela y la caracterización de Luis Matta se envolvía en el respeto, aludiendo, por ejemplo, a “la distinguida educación y elevado medio social del presunto asesino”. En sus páginas Matta nunca fue “el asesino” de Sara, ya que ello siempre fue planteado como una posibilidad que jamás había sido demostrada.
Por su parte, El Ferrocarril – que mantenía una sólida estrategia comercial, privilegiando contenidos de carácter informativo antes que doctrinarios – fue igualmente cauto y respetuoso, aunque sin caer en discursos laudatorios. Las plumas de sus cronistas hablaban de la elevada posición social del acusado, sin explicitar que esta avalaba su inocencia.
En tanto, el periódico El Chileno – inicialmente vinculado al Arzobispado de Santiago y luego de propiedad de jóvenes católicos – consignaba que “Don Luis Mata Pérez” pertenecía “a una familia respetable de Santiago, es abogado i ocupa una posición brillante”. Su postura no se modificaría sustancialmente y, desde su tribuna, denunciaría las acusaciones de los otros periódicos y el lamentable desarrollo de la “crónica escandalosa”. Su posición en el tratamiento del caso resulta interesante de seguir debido a su gran circulación pública, en particular entre los sectores populares, relacionada tanto con estrategias comunicacionales como con la inserción de avisos económicos dirigidos a estos grupos.
Luis Matta Pérez era un abogado que, si bien no tenía gran fortuna personal ni familiar, como indicara Luis Orrego Luco, “era un conocido joven de la alta sociedad” y frecuentaba los círculos más exclusivos de la oligarquía santiaguina. Para el teniente de pesquisas de la investigación por el asesinato de Sara Bell, la posición social y las vinculaciones políticas de Luis Matta Pérez habrían evitado su encarcelamiento y el desarrollo objetivo de la investigación judicial. Esta última estaba en manos del juez Guillermo Noguera, un antiguo amigo del inculpado, quien le habría confesado a aquel que “la noticia de su prisión seria para él [Luis Matta Pérez] la muerte civil”. Ciertamente, ello implicaría la deshonra de Matta, con su consiguiente marginación del cuerpo social.
Si bien desde hacía al menos un siglo en la sociedad chilena se venía resignificando aquella noción de honor determinada fundamentalmente por la jerarquía social, al vincularse de manera exclusiva a las élites, aún a fines del siglo XIX la pertenencia a este sector era considerada garantía de conducta honorable. Esta representación de honor, que inicialmente protegió a Luis Matta Pérez, era compartida tanto por el juez de la causa, el director de un periódico, el jefe de la sección de pesquisas de la policía y por una criada.
Luisa Vargas, esposa de uno de los criados de Matta Pérez, señaló que ya que este último “era un caballero tan principal de la alta sociedad i que sobre todo, es tan caballero i tan rico”, jamás imaginó que podía ser culpable de un homicidio. Por su parte, el jefe de la sección de pesquisas de la policía le habría señalado a su subordinado que ya que “el señor Matta” era un “hombre educado, de posición, con porvenir, no se pueden suponer instintos perversos”.
Las posiciones asumidas por los periódicos El Chileno y El Porvenir, vinculados a la Iglesia y a ciertos grupos elitarios, dan cuenta de las estrategias de contención del escándalo desplegadas durante la primera etapa de divulgación de la transgresión. Ambos medios construían sus discursos desde la noción primigenia del honor que lo entendía como derivación de la posición social. De este modo, reforzando el elevado rango de Luis Matta Pérez, aspiraban a reproducir en sus lectores la mirada que la criada Luisa Vargas tenía sobre el caso, a saber, que sería imposible considerar la culpabilidad de Matta en cuanto era un “caballero”.
En efecto, Luis Matta Pérez no sólo disfrutaba de una privilegiada posición social, que era presentada como garantía de su buen comportamiento, sino que también había formado parte del ejército congresista vencedor en la guerra civil de 1891. Esto último incidía en que, además de pertenecer a la elite social, Matta formara parte de la elite política que administraba el poder en ese momento. Durante la guerra civil de 1891, librada sólo cinco años antes del asesinato de Sara, Luis había participado como capitán de caballería y, una vez finalizado el conflicto, intervendría como fiscal del tribunal militar que procesó a diversos partidarios del bando balmacedista derrotado. Según Matta Pérez, y ciertas voces de la elite que apoyaron su posición, su activa participación en la contienda le valió la enemistad de por vida de sus enemigos políticos.
En la serie de entrevistas que, antes de darse a la fuga, Luis Matta Pérez otorgó al periódico La Lei – órgano del Partido Radical que, contaba con un grueso número de lectores – este consignaba que le resultaba “evidente” que los balmacedistas se hallaban detrás de su difamación. Su opinión era compartida incluso por el director de este periódico quien, en su momento, le señaló a encargado de la investigación del crimen, que la actuación de Matta como fiscal de un tribunal militar “abrió heridas que aun no se restañan e hizo verter lágrimas que aun no se enjugan. De alguna de esas heridas sin restañar brotó acaso la calumnia”.
Ahora bien, más allá de las enemistades personales o de las pequeñas odiosidades, lo que aquí nos interesa relevar es, por una parte, el uso estratégico que ciertos medios de prensa hicieron de la historia del asesinato de Sara Bell para evidenciar la incapacidad moral de la elite triunfadora en el conflicto de 1891, la que se vería encarnada en la figura de Luis Matta Pérez. Por otra parte, también nos interesa observar las estrategias desplegadas por otros periódicos para evitar que la caída de Matta llevara, asimismo, al despeñadero la imagen de la elite chilena.
El periódico balmacedista, La Nueva República fue directamente sindicado por Matta Pérez de, según sus palabras, “estar empeñadísimo en desprestijiarme”. Si bien este diario fue el primero en dar a conocer el caso, en un comienzo en tono de interrogación – “¿Otro crimen misterioso?” –, su frágil posición en el escenario político explicó su cautela inicial a la hora de consignar la identidad del principal sospechoso. En sus primeras publicaciones sobre el tema, este periódico optó por omitir tanto el nombre de Luis Matta Pérez como el de su amante, Mariana Prevost, la mujer rica divorciada que le permitía mantener un opulento nivel de vida:
“El joven A, muy relacionado en nuestra sociedad elegante, desde hace algún tiempo mantiene relaciones amorosas con la señora B, que se encuentra divorciada de su esposo, el señor X que la ha abandonado a su propia suerte.
El joven A, elegante y de simpático aspecto, es abogado de una de las principales casas o compañías comerciales ubicadas en Chile.
Resguardando las identidades de los principales sospechosos, La Nueva República en realidad protegía su propio medio de las eventuales acusaciones de difamación que los sindicados podían realizar contra este. Pese a ello, la forma de presentar la historia, aludiendo a los pormenores del triángulo amoroso entre Sara Bell y dos miembros de la “sociedad elegante” – una mujer divorciada, lo que por sí mismo era indecoroso, y un abogado elegante y “picaflor”, es decir, inclinado a las conquistas amorosas – se adaptaba particularmente al modo de narrar los casos de escándalo. Esta forma de narración correspondía a un modelo específico, un “enfoque dramático” o puesta en escena culturalmente codificada y, por tanto, aprehensible en sus significaciones por el púbico al que se dirigía34.
A través de este modelo específico de narración que, a medida que vela y desvela las posibles identidades de los implicados, finalmente se instala a aquellos miembros de la “sociedad elegante” dentro de una relación espuria. La elegancia y los pergaminos de aquel joven terminaban por deslucirse cuando se presentaban, en el mismo artículo, junto a la relación ilegítima que mantenía con una mujer divorciada. Y, asimismo, aquella sofisticación se desvanecía completamente al indicarse que la posición privilegiada de “el joven A.” le había permitido vincularse sexualmente con dos mujeres de manera simultánea, con Sara Bell y “la señora B.”
En este punto, conviene recordar que la ciudad de Santiago de Chile era parte del fenómeno europeo del nacimiento de una prensa sensacionalista orientada al relato de faits divers y de crónica policial, en las últimas décadas del siglo XIX. Si bien en el contexto chileno, el relato de faits divers no generó publicaciones propias, los diarios que nacieron de la conformación de la prensa moderna incluyeron cada vez más una sección “crónica policial” que daba cuenta de la violencia urbana, así como de las representaciones del delito y de sus protagonistas. Ahora bien, a diferencia del caso que nos ocupa, prácticamente la totalidad de los hechos de sangre narrados por la “crónica policial” chilena eran protagonizados por sujetos populares representados al margen de la “ciudad moderna” y que vivían en precarias condiciones.
Si bien, la encumbrada posición social y las redes de contacto del abogado Matta Pérez lo ayudaron, en un primer momento, a evitar el escándalo de las acusaciones directas, su misma pertenencia a las elites lo haría, a medida que transcurrían los días, vulnerable al descrédito público. Así fue como ciertos periódicos apelaron a los horizontes de expectativas de sus lectores que, en un contexto de profundas desigualdades sociales y económicas, observaban cómo las elites disfrutaban de una vida de lujos y ostentación:
“Luis Mata Pérez es un joven de treinta i cinco años. El retrato dado por La Lei lo representa de cuatro años menos que a la fecha i con perfecto parecido. De modales correctos, de inteligencia no común, ocupaba puesto espectable en la sociedad santiaguina. No tiene relaciones de parentesco, como algunos han creído, con la familia de los señores Manuel Antonio i Guillermo Matta. Su palabra fácil, sin pretensiones, le granjeaba la buena voluntad de quienes le trataban.
Llevaba una vida elegante i casi fastuosa. Obtenía dinero que sabía gastar en hacer agradable su existencia i en ensanchar el círculo de sus distracciones, sin desatender por eso el lado práctico de la vida, por lo cual se había hecho industrial i emprendido numerosos negocios.
La vida “elegante i casi fastuosa” del principal inculpado en el crimen, tal como relatara el periódico La Lei a las dos semanas de ocurrido el asesinato, contrastaba con las precarias condiciones de la mayoría de los habitantes de la ciudad de Santiago. Sin embargo, tal como era trazada la figura de Matta Pérez por la prensa, esta no sólo hablaba de la ostentosa vida que desplegaba la elite sino, principalmente, de la inmoralidad y decadencia de este grupo social. En efecto, este joven “de perfecto parecido” costeaba sus lujos con el dinero de una mujer, su amante Mariana Prevost. Esta última había acudido al “joven” de “palabra fácil” para que fuera su abogado en la tramitación de su divorcio, luego de lo cual Matta Pérez se convertiría tanto en su amante como en administrador absoluto de sus bienes. Serían estos bienes los que luego usaría Matta para mantener a “su querida” Sara Bell, como la misma Mariana Prevost se lo reprocharía y, luego, daría a conocer públicamente.
El origen espurio de la riqueza que permitía la vida lujosa de la que disfrutaba Luis Matta Pérez sería referido una y otra vez por la prensa, en particular por los periódicos La Lei y La Nueva República. La moralidad, honorabilidad y corrección asociadas a Matta, por su sola pertenencia a la élite social y política del país, se quebraban ante los ojos de la opinión pública a medida que el escándalo aumentaba. El honor del joven abogado, de distinguida familia y vida fastuosa, quedaba seriamente dañado al conocerse su abuso de la fortuna de una mujer. Matta Perez no sólo era incapaz de cumplir con el rol patriarcal de proveer el sustento, sino que incluso usufructuaba de la riqueza de una de sus amantes para mantener a la otra.
Ello explica que las referencias al “puesto espectable [de Matta Pérez] en la sociedad santiaguina” se plantearan desde la ironía y daban cuenta de la brusca caída que un sujeto podía sufrir desde lo más alto de la escala social y de la reputación individual. En efecto, desde que se conoció la fuga del país por parte de Matta Pérez, a tan sólo dos semanas del homicidio, La Nueva República cambió la forma en la que se refería a su persona. Al desvanecerse las posibilidades de una eventual querella por difamación, este medio ya no lo referiría como “el señor Matta Pérez”, sino como el “criminal avezado” o “ese gran delincuente”.
Ahora bien, pese a que la fuga de Luis Matta Pérez hacía suponer su culpabilidad en la muerte de Sara Bell, ciertos medios de comunicación no dudaron en evidenciar las estrategias de desprestigio dirigidas hacia el principal acusado en el asesinato. El Chileno, perteneciente a un grupo de aristócratas católicos, acusaba directamente al periódico balmacedista La Nueva República de agitar una enorme “ola de protesta pública [que] subia i subia” contra Matta Pérez. El día en que se conoció la fuga de este, El Chileno denunciaba que “todos los comentarios estaban en contra del señor Matta, todos lo acusaban, una pirámide inmensa de cargos iba levantando contra él la sociedad. Para El Chileno, la opinión “popular” – caracterizada por la “excitación”, la “alarma”, el “alboroto” y entendida como producto de la “imaginación” “sensacional” – había sido prácticamente manejada a su antojo por La Nueva República:
Para El Chileno, el juicio público ya se había realizado. Ante la evidente condena social y la consiguiente imposibilidad de mantener su estrategia inicial de contención del escándalo, este medio de prensa decide dirigir sus dardos contra el periódico que más había influido en el descrédito de Matta Pérez. Con ello, no sólo buscaba desviar el foco de atención de los escabrosos pormenores del asesinato de Sara Bell, sino también evitar que la inmoralidad y el crimen cometido por Matta ensuciaran la reputación de la elite como grupo.
Ahora bien, más que intentar dilucidar si el desprestigio de Matta Pérez se debía a su verdadera culpabilidad o, por el contrario, a una estrategia orquestada por los intereses políticos de determinados periódicos, lo que aquí nos interesa es reparar en las dinámicas que determinaban el ocaso de la reputación de un individuo. En este sentido, es interesante observar cómo interactuaban los impresos y los rumores, la prensa y los comentarios verbalizados en cada esquina y en cada salón, para eclipsar el honor en el contexto de la ciudad de Santiago de fines del siglo XIX. La sintonía entre los discursos de ciertos periódicos y las murmuraciones cotidianas se presentaba, desde la perspectiva de El Chileno, como expresión de una opinión popular caracterizada como múltiple, versátil, apasionada y sumamente subjetiva, que distaba del modelo de la opinión pública moderna que pretendía ser única, estable, transparente y fundada en la razón. El escándalo era fruto de la primera de ellas.
El mismo periódico La Lei, cuyo director creía inicialmente en la inocencia de Matta Pérez, que se prestó para publicar las tres entrevistas que este último dio a la prensa y que se ocupó de negar las supuestas imputaciones falsas que publicaba La Nueva República sobre el inculpado, percibió el rápido cambio de la opinión pública respecto a la figura de este último. Una vez que la encumbrada posición social de Matta Pérez ya no fue suficiente garantía de su inocencia, y las olas del rumor mancillaron irremediablemente su reputación, La Lei permitió la publicación de notas de prensa sumamente críticas. De este modo, el periódico se adaptaba a los cambios de opinión de la sociedad, obteniendo interesantes ganancias con la detallada exposición de los detalles del caso.
La muerte social de Matta Pérez, tan temida por el juez Noguera y usada por este como criterio decisivo para la postergación del mandato de prisión contra el inculpado, finalmente se produjo a los pocos días de su fuga del país. Se trataba de una situación inesperada y jamás considerada por los distintos conocedores del drama de Sara, como muchos expresaron a los pocos días de ocurrida la muerte de la joven. No sólo los miembros de la élite, sino también los sujetos populares, representados aquí en la voz de una criada, creyeron inverosímil el colapso de la reputación de Luis Matta. Él mismo tampoco consideró esta posibilidad, por lo que luego de ocurrido el crimen, se presentaba decididamente seguro de su posición y de su honor en todos los espacios públicos y de reunión social del Santiago de aquel entonces.Matta Pérez hacía evidente su completa tranquilidad y confianza en que todas las imputaciones se desvanecerían ante la notoriedad de su posición social. Con total impunidad, se mostraba en la corte para representar sus clientes, así como en los salones del Club de la Unión, el espacio de reunión por excelencia de la oligarquía. Como indicara la prensa, Matta Pérez “iba i venia por nuestras calles, paseos i clubs, mientras su nombre se iba envolviendo en el trajico relato que hemos resumido”
Consecuencia.
A lo largo de estas páginas, hemos observado la disputa de significaciones a la que estuvo sometida la figura del principal inculpado en el asesinato de la joven Sara Bell Recabarren. Si bien, la encumbrada posición social y las redes de contacto ayudaron, en un primer momento, a evitar que el principal inculpado se ensuciara con el escándalo de las acusaciones directas, su misma pertenencia a las elites lo haría vulnerable al descrédito público.Desde sus contextos específicos de producción y su posición en el escenario político y social de la época, ciertos periódicos usarían la representación de Luis Matta Pérez como encarnación de la incapacidad moral de la elite triunfadora de la guerra civil de 1891. Una elite que, junto con dirigir el destino político del país, disfrutaba de una vida de lujos y ostentaciones, mientras parte importante de la población vivía en condiciones de miseria. En efecto, durante esos años estaban surgiendo voces críticas que denunciarían estas precarias realidades en el marco de la así llamada “cuestión social”.
Fue en ese contexto que el honor de Luis Matta Pérez estuvo en el centro de las discusiones de los medios de prensa y de la primera novela publicada sobre el caso Sara Bell. Si bien, ciertos periódicos vinculados a la Iglesia Católica y a la elite mantuvieron discursos relativos a la alta posición social de Matta como garantía de conducta honorable, al constatar la imposibilidad de contener el escándalo, procurarían evitar que este enlodase a toda la elite. A partir de ello, buscarían desprestigiar a los medios que llevaban la delantera en la publicación de los sórdidos detalles del caso. Por otra parte, figuraban aquellos periódicos que, vinculados a los rivales políticos del bando vencedor en la contienda de 1891, vieron en el “caso Sara Bell” la oportunidad para desacreditar a uno de sus enemigos y, finalmente, a la oligarquía triunfadora de ese conflicto. Finalmente, se encontraban los medios de prensa que variaban su postura ante la figura de Matta Pérez, a medida que la reputación de este se perdía definitivamente luego de su fuga del país, obteniendo interesantes réditos económicos. El escándalo en torno a la figura de Matta Pérez, por su incumplimiento de los roles patriarcales, el origen espurio de la riqueza de la que hacía alarde, el abuso de los bienes de su primera amante para mantener a su “querida” y las evidentes sospechas sobre su autoría en el asesinato de esta última, culminarían en su deshonra. Los medios de prensa, la novela sobre el caso y los rumores que circulaban en las esquinas y en los salones más elegantes del Santiago de fines del siglo XIX, determinarían su “muerte social” sin que mediara su encarcelamiento.
En una actitud sumamente pragmática, la elite social y política a la que pertenecía Luis Matta Pérez, finalmente, también terminaría por expulsarlo simbólicamente de su grupo. Poco más de una semana después de conocerse su fuga, el Club de Septiembre borraría de sus registros el nombre del presunto asesino de Sara, luego de acordar su expulsión. Si bien el prófugo nunca sería encontrado, el itinerario de su deshonra seguiría siendo recordado a través de las novelas, las obras de teatro, las memorias y las murmuraciones que mantendrían su historia durante los años siguientes.
Legado
Un año después del macabro suceso, en 1897, salió de imprenta el libro El asesinato de Sara Bell, de Daniel Castro Hurtado, detective a cargo de las indagaciones. "La narrativa policial chilena nació a la sombra de ese crimen cuyo eco dilató el escándalo", escribe el historiador Manuel Vicuña (1970) en Reconstitución de escena, ejemplar recién publicado por editorial Hueders. El título escarba en los orígenes de la novela policial local asociada a la crónica roja como material literario y a policías como los personajes encargados de registrar estos episodios.
"Si bien no es puramente ficción, es un tipo de narrativa que anticipa la lógica propia de los relatos policiales: hay detectives, una investigación, un crimen y la búsqueda del culpable", dice Vicuña, lector del género y autor de títulos como Un juez en los infiernos y Fuera de campo. "Al menos desde 1894, los procesos célebres empiezan a abandonar la crónica roja de los diarios para distenderse en las páginas de los libros", precisa el decano de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la UDP.
El fiscal en aprietos
El joven abogado Luis Matta Pérez, ex fiscal del tribunal que juzgó a los balmacedistas, sirve de estampa para dibujar los rasgos distintivos de la aristocracia gobernante:
“Como casi todos los jóvenes elegantes de la época, en su vestimenta Matta seguía a Brummel, bailaba el boston y practicaba el flirt con solteras y casadas”; “Jugaba en la Bolsa y llevaba una vida de lujo y derroche; como sportman tenía caballos de carrera y frecuentaba el Club de la Unión. Se vestía y actuaba a lo dandy, pero a diferencia de Oscar Wilde, carecía de la dimensión estético-espiritual tan importante en el modelo europeo”
Sus Padres: Ruperto Matta Ugarte; y Enriqueta Pérez Valdivieso.
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